Un chino en la vidriera

Humberto Valdivieso


Dedicado al gran Leonardo Correa

El 23 de septiembre de 1985 un joven publicista de Shanghái alquiló, en Caracas, la vidriera de una tienda de telas hindúes. Había pasado siete años elaborando una antología de ideas creativas rechazadas por las agencias donde trabajó. Ahora quería hacerlas célebres sin que el pudor lo detuviera. Él llamó a ese ritual: “anunciar los accidentes de la mente”, “divulgar los deseos frustrados”.

Después de haber sido ignorado durante cinco días —salvo por la curiosa mirada de la escritora-bloguera Ana; una chica de ojos grandes, pecas encantadoras y sonrisa inevitable— la gente comenzó a corresponderle pegando, sobre el vidrio, mensajes escritos en post-its de colores. Algunos improvisados evitaron el papel y usaron marcadores y otras formas expresivas adecuadas a la superficie transparente. Cuando el espacio comenzó a saturarse pasaron al mostrador y, también, al piso. Otros prefirieron tomar las columnas y unos más, siguiendo a Ana que ya había dejado, desde el primer día, un mini cuento de amor —llamado “Taste the rainbow”— escribieron sobre el viejo anuncio de neón. Por último, lo hicieron sobre la piel del publicista.

La mayoría de los mensajes eran teléfonos, correos electrónicos, direcciones, ofertas, súplicas, insultos, mini relatos, recetas, eslóganes, haikus y felicitaciones. Debido al éxito obtenido por quien fue llamado “un chino en la vidriera”, los editores del Nuevo Cojo Ilustrado pensaron que había material para hacer un libro sobre la experiencia. Un misterioso fotógrafo de Parque Central, cuyo verdadero oficio era atender una óptica para empleados públicos y estudiantes de letras, quería registrarlo todo. Fedosy Santaella, encargado-invasor de la tienda de telas, no se lo permitió. Los dueños del diario El Nacional quisieron comprar la historia por un precio justo y no los dejaron. El publicista aborrecía la idea de trascender, su propuesta debía ser efímera como un sueño. Años después corrió el rumor de que los vigilantes nocturnos sospechaban de algunos videos hechos desde un celular. Nada de esto fue confirmado y nunca aparecieron en Internet.

El local sufrió remodelaciones a los pocos días de terminar la experiencia. Lo que había sobre la piel del joven quedó borrado por la lengua de dos adolescentes nicaraguences. Ilegalmente fueron contratadas en el Bar Topeka por un hermano mafioso del publicista.

Como siempre ocurre, aquel joven de Shanghái fue olvidado con rapidez. No obstante, él guardó casi todo en su memoria, incluyendo el sabor de aquellas lenguas. Ya viejo y perdido en un suburbio latinoamericano escribió una obra insólita: Tratado sobre el consumo y la inocencia. Acompañó sus reflexiones con algunos ejemplos recibidos por e-mail.


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Nota Bene:

Fedosy Santaella, el encargado-invasor de la tienda, parece coincidir con un escritor ucraniano, quizá lituano, que en 1980 ya usaba Internet. También se sospecha de su complicidad con el fotógrafo-optometrista, apodado El Ilustre, en el robo de todo el material del joven chino. Santaella publicó, en la primera década del siglo XXI, un suspicaz blog con escritos apócrifos firmados por identidades sustitutas. Él era un tipo difícil de descifrar. Hay quien afirma que en verdad era muy viejo y ya durante el gobierno de Gómez corría con una capa por El Silencio.

Con respecto al fotógrafo-optometrista quedan muchas dudas. Algunos datos de su pasado estaban sacados de la sección de sucesos de Últimas Noticias. Al parecer fue declarado proscrito en el 2000. El 17 de octubre de 2004 lo acusaron de quemar la Torre Este de Parque Central. Con anterioridad se le había señalado de desaparecer, durante los 90, a un guardaespaldas de Santaella apodado El Conde. Una bruja filipina negó todo eso y, en un trance, afirmó que El Ilustre era un viajero del tiempo encargado de buscar datos para el Apocalipsis. Ella jura haberlo escuchado hablar en arameo ciertas noches de solsticio en las que hicieron el amor.

2 comentarios:

  1. ¡Qué honor! Me encantó ser un personaje dentro de esta magnífica historia de la Mitología Chang.

    Besos,
    Ani

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