Falsas apariencias

Pedro Plaza Salvati


I

Me reuní en la Saint Honoré en Los Palos Grandes. Constantino era su nombre, y había sido editor de textos de literatura contemporánea china. Tengo algo importante que contarte, Roger. Están por venirse a Venezuela. ¿De qué me hablas? Chang, los hermanos Chang; dos escritores perseguidos del régimen comunista-capitalista de China, que han venido a buscar refugio en Venezuela. Publicaron una obra titulada La lumpia y la política: envoltorios ideológicos, premiada en China clandestinamente. Desde esa publicación el Gobierno chino los persigue. Tuvieron que escapar del país. Un ejemplar traducido al inglés llegó a mis manos: son unos escritores extraordinarios. Me enteré, a través de un amigo que vive en Nueva York, que se venían a Venezuela o que ya tenían algún tiempo acá. Sigue, sigue, es interesante. Según esta fuente, tienen listo un segundo libro: El wonton que flota: aventuras sin censura. El asunto es que quiero la primicia mundial y los derechos de autor. Hay que aprovechar que encontraron refugio en Venezuela, traducir ese libro al español y publicarlo. ¿Y por qué me has elegido a mí para esta misión? Yo no soy ni detective ni nada parecido. Mira Roger, no te menosprecies, no conozco a nadie más apasionado que tú por la literatura. Si bien no te atreves a escribir, eres la persona que más sabe sobre libros; siempre te lo he dicho. Además, eres meticuloso y… Bien, bien, gracias por la confianza. ¿Por dónde empiezo? En el momento en que hago esta pregunta, me doy cuenta que estamos rodeados de chinos en la Saint-Honoré: jóvenes asiáticos de fachada cosmopolita; pelos respingados hacia arriba con toques fluorescentes; camisas a rayas; zapatos de goma multicolores; retazos de cuero negro en la cintura. Esto como que va a ser difícil, digo. Sí, no va a ser fácil, responde Constantino. Primero porque no sabemos si ya llegaron al país, y segundo, porque hay muchos; esta urbanización les encanta, es como el Chinatown de Caracas. Eso sí, te recomiendo que no busques en los lugares tradicionales chinos: no los vas a encontrar en una cocina; o de mesoneros tomando una orden; o metidos en los sitios de juegos clandestinos. Estos son escritores, intelectuales. Está bien, pero no te he hecho una pregunta importante, Constantino. Soy todo oído. ¿Cómo es que estos libros son de dos autores? Aaaah, buena pregunta. Ese es otro elemento de mercadeo para la casa editorial, ya sabes que cumplimos 50 años en el mercado… Sí, lo sé, disculpa si soy rudo, pero por favor no te desvíes de la respuesta. Está bien: no es que se trate de una alianza estilo Borges-Bioy Casares (escucho la risa esteriotipada de Constantino: jo, jo, jo, jo, jo; como si lo de los escritores argentinos fuese una brillante ocurrencia). Al parecer, los hermanos Chang tienen una técnica de escritura particular: uno escribe una cuartilla y el otro la cuartilla siguiente, y así se van alternando, como si sus inconscientes estuviesen conectados por un cordón umbilical invisible; quizás producto de haber compartido el mismo útero. El resultado es de una riqueza narrativa extraordinaria, con cambios de puntos de vista de narrador que Bryce Echenique se bajaría las pantalones. Vamos, no lo irrespetes, sabemos que se metió a plagiario después de viejo y consagrado, pero es uno de mis ídolos. Ay sí, «Martín, el exagerado»… Ah, no perdón, Roger, jo, jo, jo, jo.jo. Bueno, ¿qué recibo yo a cambio por esta misión? Te garantizo treinta por ciento de las utilidades de la venta futura de los libros... ¡Trato hecho!


II
Estreché su mano y salí de la Saint Honoré tan atiborrado de harina, azúcares y grasa que ya sentía que se me bloqueaban las arterias. Caminé hacia la estación de metro de Plaza Altamira. En el camino me tropecé con más chinos; éstos con aspectos de ejecutivos o empleados de empresas trasnacionales, con un andar relajado, decidido, feliz. Así estará de jodido el asunto en China que aquí muestran una plenitud extraña, ajena a los caraqueños. Decidí investigar en Internet. ¿Constantino no lo habría hecho? ¿Me estaba sometiendo a una prueba maliciosa? Claro que él estaba formado a la antigua, usaba las computadoras por obligación; por los gajes del oficio. Pero era extraño que no hubiese encontrado nada en la red… Yo no iba a pedir ayuda de nadie. Los detectives se han vuelto seres inútiles con el Internet y los blackberrys. Llegué a mi apartamento. Me puse a averiguar el origen del apellido Chang. Constantino no me había dado ni fotos ni pistas por dónde empezar, pero él confiaba en mi obsesión por los detalles. El problema era que los rostros orientales se me confundían. Aunque sabía de las supuestas diferencias radicales entre un coreano, un tailandés, un japonés y un chino, yo no estaba, por más meticuloso que fuese, al tanto de cómo distinguirlas. Tenía entendido que la comunidad asiática más grande en Caracas era la china. Busqué el origen del apellido Chang:

La gente de China ama sus apellidos, debido a la importancia que tiene la relación con los antepasados: Cada persona llega al mundo porque otros estuvieron antes en él, y todo lo bueno o malo que hicieron en vida queda como herencia para sus descendientes. El prestigio o desprestigio de un sujeto puede ser una bendición o maldición para las generaciones que lo siguen. Por eso, un apellido puede ser una buena marca o un estigma… El Libro de los Apellidos recoge los cien más comunes de toda China. En realidad existen por lo menos cinco o seis mil apellidos. El mandarín es el idioma oficial para toda la nación…Chang, uno de los tres apellidos más comunes en China, es considerado «marcial». Un tercio de los famosos Chang de la historia han sido figuras militares.

III
¡No puedes ser! Chang: uno de los tres apellidos más comunes en China. ¿Cómo voy a conseguir a estos hermanitos? Sin muchas esperanzas me fui de nuevo a Google: «Chang escritores Venezuela», que se trasmutó en «Chang escritores International». Hago click. Para mi sorpresa me encuentro, así de fácil, con los hermanos Chang. ¡Pero si son unos carajitos! Parecían miembros de equipos infantiles de fútbol. El más pequeño vestía con camisa azul, y el otro portaba una camisa blanca. A ambos le colgaban sendas medallas como si uno hubiese quedado en primer lugar y el otro en segundo; como capitanes de equipos al terminar un torneo infantil. Lo que me pareció extraño es que la foto tenía una pared blanca de fondo y una mata. No era el lugar apropiado para una premiación de un torneo de fútbol. Además, estaban bien peinados y bañaditos. ¿Quién se va a arreglar de esa manera luego de un partido de futbol? Tenía que ser otro tipo de medalla, pero no lograba distinguir la leyenda inscrita en ellas. Supuse entonces que debía ser un premio literario. Porque además, la foto en Internet iba acompañada de la siguiente frase: Mecenas del vicio y de cuanto dislate se nos ponga por delante, lo cual supuse una extravagancia literaria o una invocación a la decadencia y la perdición; un llamado a lo Bukowski… Pero, ¿serían estos niños unos genios? Traté de encontrar alguna dirección. Leo en los datos personales: Sector: Agricultura; Ubicación: Afganistán. Pensé de inmediato que tenía que ser un despiste para que las autoridades chinas no dieran con ellos. ¿Pero qué significaban esas claves? Agri: debía referirse a Venezuela; todo estaba agrio en el país. Cultura: claro, eran escritores. Afganistán: una metáfora de la situación política del país. Sí: debían estar en Venezuela. Seguí buscando. Había una foto de un grupo de niños chinos al lado de «Emporio Chang». Decidí que esa podría ser la clave: «Emporio Chang». Hice click y apareció un artículo de María Teresa Arbeláez que decía: «Comenzaron con el Taller los Hermanos Chang C.A.». Busqué el link del taller que exhibía una imposible lista de trabajos y actividades, hasta para las grandes empresas trasnacionales. Tenía que ser otro despiste para las autoridades chinas. Trataban de aparentar que el taller era mecánico, pero encontré una frase clave: «¿De qué va el pasquín? De todo menos LIERATURA, aunque uno nunca sabe y a lo mejor se nos cuela la mentada sin darnos cuentas». ¡Están pillados!, me dije. Además, Constantino estaba equivocado, porque si el Taller comenzó en febrero del año 2006, según las fuentes, debían tener más tiempo en Venezuela del que se pensaba; entregados, quizás en anonimato, a la gesta necesaria de toda buena novela. Hablé con un amigo abogado y me hizo el favor de encontrar los datos en el registro mercantil de la empresa «Taller de los Hermanos Chang, Compañía Anónima», y la dirección que averiguó quién sabe donde.


IV
¿Cómo sería el encuentro? Tomé el carro y conduje hasta una calle ciega en la urbanización Chuao. El lugar se respiraba apacible. Un oasis en medio de la ciudad turbulenta. Me estacioné. Toqué el timbre. Estoy interesado en el taller de los hermanos Chang. ¿Tiene su contraseña? Me quedé frío pero se me ocurrió decir, impulsivo: ¡Wonton!, por lo del título del libro nuevo. No ese no es, ese fue de otro taller ¡Lumpia!, por lo del primer libro aclamado. No, amigo, tiene sólo un nuevo intento. ¡Costillita! Pase adelante. Me encontré con dos ascensores y una cantidad enorme de reglas estampadas en papeles autoritarios. Decidí subir a pie. Esos pocos escalones se me hicieron largos, pensando en cómo debía afrontar a estos notables escritores, si en realidad allí se encontraban. Tenían que hablar español; pero claro, dictaban un taller literario. Llegué hasta el apartamento y toqué la puerta. Repita contraseña: ¡Costillita! Una señora negra de rostro amable abrió la puerta junto a un perro que ladraba en silencio; como si no tuviera cuerdas vocales. ¡Archi, tranquilo!, le dijo la señora. El lugar estaba repleto de libros y decoraciones chinas. Había un dragón amarillo de papel guindado del centro del techo que giraba con el viento que provenía de las ventanas abiertas. Al fondo había una enorme mesa redonda, con dos gatos debajo de la misma y dos adultos de espalda: uno escribía una página en la computadora, se paraba de golpe al terminarla, cedía el asiento, y el otro escribía la siguiente página, ambos a una velocidad vertiginosa. Transcurrido unos minutos, aclaré la garganta. Giraron sus cabezas sincronizadas, de inmediato, en direcciones opuestas. No eran los niños de la foto… Me llamo Roger, busco a los hermanos Chang. ¡Somos nosotros!, respondieron en coro. No, no me entienden. Busco a dos niños chinos. Ustedes son grandes, digamos que bastante occidentales. El mundo no es lo que aparenta, me dijo uno de ellos, el de barbita. Sí, sí El Libro de las ilusiones, Paul Auster, dijo el otro. El mundo no es lo que aparenta, me repitió. En ese momento sonó el timbre y se escuchó a través del intercomunicador una voz de tono grave : «Busco a los señores Santaella y Urriola». Al escuchar los apellidos, de golpe, me di cuenta quien era uno de ellos y se me ocurrió provocarlos: ¡Impostores!, y luego añadí: ¡Rocanegras, Piedras Lunares, Las peripecias inéditas...! Sí, Impostura de Vila-Matas, me respondió el otro, que todavía no reconocía de rostro, y que ya me empezaba a molestar con sus odiosas citas literarias de nombres de libros y autores. Por eliminación, debía ser Urriola, porque el del candado sobre la cara era Santaella, sin lugar a dudas. Este me dijo cortante: No podemos recibirlo ahora; han venido a buscarnos. Roger, Roger, Roger, ¿ese es su nombre, cierto?, intervino Urriola, y luego: Pájaros a punto de volar, de Patricia Highsmith. Me había salido una vez más con una de sus citas estúpidas y, en apariencia, extemporáneas. Se fueron hacia un pasillo que debía conducir a las habitaciones y escuché unos golpes, mientras me imaginaba al visitante que se aproximaba. La señora que me recibió me abrió la puerta y me hizo un gesto, medio despreciativo y apurado, esta vez, para que me retirara. A la salida estaba la foto original de los hermanos Chang que había visto en Internet, pero enmarcada. Tenía una leyenda que aparecía debajo de la foto que logré leer en medio de la salida intempestiva:

«Acto de premiación de La lumpia y la política: envoltorios ideológicos, Shangai, 2005». La señora quitó el cuadro de la pared.

Bajé las escaleras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario